Los pioneros de la música chicha comparten con Somos sus recuerdos favoritos de más de cuatro décadas de “shapimanía”: conciertos en estadios, discriminación y la lucha por sobresalir en una Lima que temía al migrante.
Hubo un tiempo, en la primavera de 1985, en que Los Shapis parecían tener el don de la ubicuidad. El conjunto de cumbia, los primeros en reivindicar con orgullo el término chicha, estaba en todas partes: sonaban en la radio, en la televisión, llenaban estadios como el de Alianza Lima, y hasta posaban al lado de la Torre Eiffel en París. Ese mismo año presentaron su película, “Los Shapis en el mundo de los pobres”, con escenas que recogían las tensiones culturales de la época. El producto no era el mejor logrado, pero las colas que se armaban en los cines eran fiel reflejo de la tracción que habían generado en apenas cuatro años de carrera.
Su historia comenzó unos años atrás, con un
encuentro fortuito. El guitarrista Jaime Moreyra y el cantante Julio Simeón
—conocido como ‘Chapulín, el Dulce’— venían de tocar en diversas orquestas
durante los setenta, pero el día que se encontraron ambos estaban desempleados.
Chapulín incluso había abandonado la música y se dedicaba a trabajar en la
chacra. Un día, Moreyra llegó de casualidad a Chupaca, Junín, y vio a Simeón
regresando del campo, jalando su burrito. Ambos intercambiaron saludos,
conversaron sobre su situación laboral hasta que surgió la pregunta inevitable:
¿qué tal si hacemos algo juntos? “Ese día nacieron Los Shapis, que debutaron oficialmente
con ese nombre un 14 de febrero de 1981”, recuerda Moreyra.
El mayor éxito de Los Shapis fue El aguajal, un huayno amazónico originalmente llamado El Alisal, que Moreyra adaptó en 1981. Chapulín no estaba muy de acuerdo con la propuesta. La canción le parecía muy folclórica, pero Jaime sentía que en un universo musical dominado por el rock, la salsa y la guaracha podían destacar si adaptaban la melancolía andina a la cumbia eléctrica. Con El aguajal vendieron un millón doscientas mil placas en dos meses. Fue su punto de inflexión.
Para mediados de la década, Los Shapis reinaban
en Lima, aunque sectores de la sociedad observaban el auge de la chicha con
desdén. El término mismo arrastraba connotaciones negativas: se asociaba con lo
tosco y lo improvisado. “Buscamos un sentido positivo para esa palabra: era la
bebida sagrada de los incas. Así como en el Caribe bautizaron a su música
‘salsa’, nosotros decidimos reivindicar a la chicha”, explica Moreyra.
Los colores y los pasitos
Durante los setenta, la estética del tropical
peruano era predecible: sedas brillantes, pantalones con vuelo, ternos y
calzado lustrado. Los Shapis imaginaron algo distinto. En el distrito de San
Luis, Moreyra descubrió un taller que confeccionaba polos juveniles multicolor.
Ese hallazgo inspiró el diseño de un vestuario característico: base azul
atravesada por franjas rojas, naranjas y amarillas en el torso, combinadas con
pantalones blancos. “Lo estrenamos en el festival de la Cumbia Peruana del
Ronco Gámez, en 1982 o 1983. Ese día también estrenamos nuestras primeras
coreografías, sencillas pero pensadas para cada canción”, recuerda.
Entre sus éxitos musicales figuran Chofercito,
Borrachito Borrachón, La novia, Mal Migo, Esperanza de Amor y su versión de El
Aguajal, entre otros. La fama les permitió también tener su programa televisivo
Chicha clip y tal era el furor que cosechaban Los Shapis, que una productora
cinematográfica les propone filmar una película y es así como nace el filme
‘Los Shapis en el mundo de los pobres’, película que fue un boom comercial en
las principales salas de todo el país y con la participación de conocidas
figuras de la televisión de esos años.
A mitad de los 80, en medio de la crisis
económica y la violencia, el grupo liderado por el pequeño Chapulín el Dulce
hacía delirar a los hijos de los migrantes que habían conquistado Lima.
El impacto fue inmediato. Mientras la
competencia permanecía inmóvil sobre las tablas, Los Shapis desplegaban un show
integral: imperfecto en su sincronización, quizás, pero indudablemente
magnético.
El triunfo comercial no los blindó contra el
prejuicio. La prensa capitalina y diversos sectores de élite observaban con
sospecha todo lo relativo al migrante. Las radios les cerraron las puertas,
obligándolos a financiar sus propios espacios de difusión. “Al comienzo no nos
apoyaba nadie. Nosotros mismos éramos autores, compositores y difusores. Si no
pagábamos espacio radial, nuestras canciones no sonaban. Por eso invertimos
mucho dinero en eso. Hasta que dijimos: nosotros mismos tenemos que tener nuestra
propia radio y nuestro locutor”, recuerda Moreyra.
Sonidos migrantes
Su audiencia estaba perfectamente definida:
conductores de transporte público, ambulantes, trabajadoras del hogar, jóvenes
universitarios, provincianos que llegaban a la capital a soñar con un futuro
distinto. Los temas de Moreyra dialogaban directamente con estas comunidades.
“Esa fue nuestra propuesta y nuestro mayor aporte: la búsqueda de identidad a
través de la música”, resume Moreyra.
En julio se lanzó “The Singles Collection”, una
edición en vinilo que reúne algunas de sus canciones más emblemáticas, entre
ellas “El aguajal”, “Chofercito carretero”, “Cervecita” y más. El disco,
remasterizado a partir de las cintas originales, está disponible en la web del
sello: www.discosfantastico.com.
Cuatro décadas más tarde, Los Shapis mantienen
su estatus como referentes de la cumbia. Este fin de semana demostrarán su
clase en el escenario del festival Chicha Su Mare Vol1, en Lurín, donde tocarán
al lado de los Hermanos Yaipén, Explosión de Iquitos, Los Mirlos y La Bella Luz
en un escenario giratorio bastante original. Aunque se especulaba sobre la
salud de Chapulín, que ha tenido algunas complicaciones, Moreyra asegura que
continúa como figura central de la agrupación. “Él es el líder vocal de Los
Shapis y seguirá cantando hasta que Dios diga basta”. "Diario El Comercio.
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